La lectora, foto de Camargo Rain (hecha con el
teléfono en 2006).
Recursos e ideas para escritores
Hay muchas clases de narraciones, según lo que se quiera
considerar. Por ejemplo, si se considera la estructura gramatical, entonces se
puede escribir en primera persona, materia de las biografías o autobiografías,
ya sean de personajes reales o ficticios, o en tercera, en cuyo caso hay un
narrador que cuenta los hechos vistos desde fuera, como por ejemplo,
Luego, sin transición, volvió al lugar eternamente
helado, pero entonces no iba en el tren. Era una simple espectadora de lo que
allí sucedía. Era el narrador, que decía Cornelius, el personaje que relata los
hechos en tercera persona sin intervenir en ellos. Ella lo veía desde lo alto,
desde las nubes, como si fuera un ser superior, y su terror iba en aumento.
–¿Qué hago? La niña va a congelarse...
También se puede escribir en segunda persona, figura
literaria a veces empleada (ejemplo: Cela en San Camilo 1936). Es como
si el narrador se estuviera contemplando en un espejo, y entonces diría,
Tú sabes de sobra la que decía, yo soy aquel negrito del
África tropical que cultivando cantaba la canción del cola cao, porque tú eres
más que un negrito, eres un negro con toda la barba, y eso que la barba no es
propia de negros, algunos la gastan, sí, pero pocos, y la suelen llevar cana,
tú ni siquiera tienes barba, ni tampoco bigote, en eso no te pareces a Henry
Fonda, bueno, ni en eso ni en otras muchas cosas, no tienes una Clementina ni mucho
menos una Linda Darnell que dé la vida por ti y te llame amor justo
antes de morir, qué cosas se le ocurrían a tío John, y no digamos nada de tío
Alfred o de nuestro paisano Buñuel, que ha sido el Goya del siglo XX, aragonés
como el anterior.
Miras por la ventana y no estás en Venecia, con sorpresa
descubres que no estás en Venecia, sigues en el pueblo, pero ya lo dijo el
romano, escribir es soñar, y me gustaría conseguirlo más hondamente,
vale la pena porque sale baratísimo, te ahorras todos los viajes.
(Tomado de Charlie en Wonderland).
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Si lo que se considera es el tiempo en que suceden los
hechos narrados, se podría decir que hay tres clases de novelas: las
históricas, las contemporáneas y las futuristas.
Narraciones históricas son las que describen mundos
ya pasados (la Edad Media, la época de los romanos o los sumerios, o los
neandertales en la cueva..., etc.), y se refieren a hechos y formas de vida
anteriores o muy anteriores.
Narraciones contemporáneas, cuando se narran hechos
que suceden en la actualidad,
y narraciones futuristas, en la que se pretende
contar los hechos de acuerdo con lo que el autor cree que va a suceder en los
próximos años. Esto último es un vano intento, pues de sobra es sabido que
todas esas prospecciones de futuro se revelan erradas (y encima provocan
la risa) en cuanto pasan unos lustros o unos decenios.
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En cuanto a géneros, los clásicos son la épica y la lírica,
los dramas y las comedias, sin olvidar las tragicomedias, que serían algo a
modo de dramas con (en general) finales en broma.
Los géneros que priman hoy en día, y sobre los que casi todo
el mundo escribe, aparte los históricos (que ya se han citado), serían:
Costumbrismo, en donde podrían encuadrarse las
denominadas picarescas (propias del s. XVII). Autores importantes, casi
todos del s. XIX:
Zola, Tolstoi, Galdós..., aunque en este apartado podrían aparecer personajes
tan dispares (y tan magníficos) como Joyce o Faulkner (los dos del s. XX).
De él deriva el realismo, y más modernamente
el realismo mágico de grandísimos autores como Cortázar, Onetti o
Borges (los tres sudamericanos).
Novelas fantásticas, en las que habría que
hacer varias subdivisiones, como los cuentos infantiles (Caperucita Roja, La
bella durmiente del bosque),
las de fantasía pura, repletas de seres extraños que no
suelen tener ni pies ni cabeza (literalmente),
y las de ciencia ficción (o ficción científica, mejor
dicho), en las que junto a autores que saben de lo que hablan (como Arthur C.
Clarke o Asimov, por poner un par de ejemplos), hay multitud de obras
deleznables en las que tienen lugar hechos absolutamente absurdos, como que la
protagonista (guapa chica, eso sí que no suele fallar nunca) con el pensamiento
o las emanaciones de sus ojos abre puertas de piedra cerradas a cal y canto
durante siglos... (¡Jolín, vaya cachondeo! Es que así cualquiera escribe
novelas.)
Las policíacas y las de misterio y suspense, y
también las de espías y las del género negro, son actualmente
importantes en el panorama literario, y se podría hablar de Agatha Christie
(narraciones policíacas y de intriga), de Graham Greene (Nuestro hombre en
La Habana, El americano impasible, El factor humano, etc.,
magníficas novelas en las que el autor da muestras de su conocimiento de los
bajos fondos de las naciones), y best-sellers al tipo de Chacal.
¿Y qué decir de Patricia Highsmith, autora de A pleno sol o Extraños
en un tren, nada menos? (Como esta es una relación cortísima, se me
quedarán en el tintero muchos nombres de mérito, pero qué le vamos a hacer.)
Por otro lado aparecerían las novelas de amoríos, románticas
o rosas, que de estas y otras maneras se las conoce y siempre han tenido
gran aceptación (en la actualidad también; piénsese que el autor –la autora en
este caso– que más libros ha vendido en lengua española ha sido Corín Tellado).
Y ¡cómo no! –y por eso lo dejo para el final–, la novela
de aventuras, género imperecedero y que nos ha dado multitud de autores
(Julio Verne, Salgari, Oliver Curwood, Melville, Zane Grey, Feminore Cooper y
un larguísimo etcétera) que hicieron y hacen las delicias de niños, jóvenes y
mayores, cuyas obras, si están bien traducidas (gramaticalmente, me refiero, porque
hay de todo, como es lógico) y tienen gracia, no pasarán nunca de moda. ¿Un
ejemplo clásico?: Las minas del rey Salomón, de Rider Haggard.
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Y en fin, a ver si esto le sirve a alguien
para algo. Otro día pondré más ejemplos, y mientras eso llega, siempre se puede
echar una ojeada a esto: NOVELAS DE AVENTURAS.
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