Estamos
acostumbrados por el cine de los últimos años a contemplar las edades pasadas
con los ojos del presente. Por ejemplo, en Gladiator los luchadores
combaten a cámara lenta y con frecuentes repeticiones desde todos los ángulos,
talmente como se retransmiten los partidos de fútbol..., lo que resulta
completamente irreal. Las edades pasadas, si por algo se distinguieron, fue por
la mugre, la suciedad más absoluta y la brutalidad extendida a todos los
órdenes; nada de cámaras lentas ni de velos de gasa para dulcificar el aspecto
de las cosas. Otro ejemplo actual: la esperanza de vida a principios del siglo XX no llegaba a los 60 años, y hoy pasa de los 80, y
esto ha sucedido en sólo 100 años. ¿Qué no podríamos decir de los que ocurría en los siglos XII y XIII?
La
imagen que antecede –absolutamente fantástica– es una recreación de la
fortaleza de Calatrava, puesto avanzado del reino castellano durante aquellos
siglos que se situaba muy cerca de donde hoy está Ciudad Real, y que si la
pudiéramos contemplar con el verdadero aspecto que seguramente tuvo en tales
tiempos, nos dejaría ciertamente estupefactos. Nada de lo que conocemos, las
ventajas de la vida moderna, estaba presente, sino sólo el Guadiana, la piedra
y el hierro, los humos de los fuegos, los campos baldíos y el constante peligro
de las incursiones enemigas. Las gentes, casi encerradas y siempre temerosas,
llevaban a cabo su vida entre el ganado, las ciclópeas murallas y las mayores estrecheces,
mientras en las herrerías sonaba de continuo el choque del metal contra el
metal. Los soldados confinados en el alcázar oteaban el horizonte desde los
adarves, y los niños, entre gritos, recorrían las calles alfombradas de basura
con los pies desnudos...
En el
extremo izquierdo de la imagen, sobre la llanura y extramuros, se podrían
situar los corrales y fondas que junto al camino –el en ocasiones concurrido
camino que de Toledo llevaba a Córdoba– alojaban a los transeúntes, lugar en el
que, a despecho de las dificultades, se celebraban periódicas ferias y
mercados, y, quién sabe, seguramente también tenían lugar las historias de
amor...
Lo
anterior viene a cuento de un libro que voy a publicar en breve, Dios
conmigo, una novela que describe tales momentos y la vida de quienes
de forma cotidiana se batieron en la frontera con las huestes
almohades..., aunque si queréis saber más sobre este asunto, podéis ir al
siguiente enlace:
NOTA:
la foto que encabeza este post no la hecho yo, sólo la he dejado a mi gusto.
Podéis ver la original en esta dirección:
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