viernes, 2 de octubre de 2015

Entrevista en Marte


6 de enero de 2048 (cómputo terrestre)
(Encuentros de Arthur C. Clarke –autor de Cita con Rama, 2001 y El fin de la infancia, entre otros libros– con Camargo Rain, publicado en el Tuesday Evening Post).

Muchos creen que estoy muerto, pero no hagan ustedes caso. Es sólo un bulo que permití crecer para que me dejaran en paz los habitantes de la Tierra, esos cursis y analfabetos que creen que lo saben todo. ¿No han oído ustedes hablar de mi segunda ley, esa que allá abajo se conoce como 2ª ley de Clarke? Pues dice, el 90% de todo es mierda, y con esto, yo creo, no hace falta añadir más.

El caso es que, paseando el otro día por la superficie, me topé con un cartel que no había visto antes; es probable que lo hayan colocado hace poco. Es uno de esos reclamos que aparecen aquí y allá. Nadie sabe quién los coloca, aunque se rumorea que en ello interviene alguna de las manos extramarcianas que de vez en cuando se dejan caer por aquí.

Intrigado por el asunto, y como son precisamente los fuera de la ley los únicos que me interesan –porque en todas partes cuecen habas, y aquí a calderadas–, me he empeñado en encontrarlo.

Me ha costado, pero al fin, guiado por mis informadores, he dado con él. Estaba, con el sombrero empinado sobre la frente, en uno de los pocos bares que aún existen, y naturalmente, bebiendo cerveza.

–¿Qué bebe ahí, amigo? –le dije tras estrecharle la mano y colocarme a su lado.

–Poca cosa –me contestó–. Es sólo una clara, que ya estoy viejo, pero en este clima tan cálido sienta bien.

Luego me contempló con sorpresa.

–¡Vaya! ¿No es usted mister Clarke, el descubridor del radar? Había oído decir que habita en estos desiertos.

Yo sonreí ante la mención.

–Co-descubridor, nada más... Pero ahora que lo dice, ¡no se remonta usted lejos!

–Sí, a los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, si no me equivoco.

–No se equivoca, no... ¿Invita usted a una clara?

–Por supuesto.

Durante un rato bebimos, e insistió en pagar.

–Aquí no paga más que este menda, si usted me lo permite, que para una vez que le encuentro...  Además, me llegan frecuentes envíos monetarios de donde usted sabe, y por eso no vamos a discutir. Qué, ¿nos metemos otra ronda? A ver si tienen de las grandes...



Un mes después lo volví a encontrar en la inmensidad de Syrtis Major. Le acompañaba una mula metálica ya vieja, y sobre el casco portaba el inevitable sombrero que le ha hecho famoso. Cuando le vi se encontraba encorvado examinando el suelo.

–Pero ¿qué hace usted por aquí?

–Pues ya lo ve. Siguiendo las huellas de mi amiga Hannah, que es muy esquiva.

Yo me reí.

–¿Y va sin rastreadores?

–Me abandonaron hace unos días, pero no se preocupe, que me apaño bien.

El desierto nos rodeaba y me sentí obligado a corresponder.

–Pase usted a mi nave. Tengo aquí unas botellitas...

Aquella tarde, en las hamacas biónicas, conversamos largo y tendido sobre lo que se traía entre manos.

–¿Recuerda usted aquello de La aventura de las luces azules?

–¡Pues no me he de acordar...!

–¿Y a Hannah la marciana..., la recuerda usted?

–También, por supuesto. Era, si no me equivoco, la amiga de los piratas de las gafas de sol.

–En efecto, antiguo personaje. Pues el caso es que se me había ocurrido hacer un refrito con ambos relatos, y me he llegado hasta estos pagos por ver si me inspiro.

Hubo un silencio.

–Y usted, ¿no reescribe sus libros? Siempre se pueden mejorar, o sacar punta a esto o aquello.

Yo eché la mirada hacia atrás.

–No, para qué... Ya están publicados, y para lo que me queda... Que las nuevas generaciones los lean como están, y el que venga detrás, que arree.


(Continuará)

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