6 de enero de 2048 (cómputo
terrestre)
(Encuentros de Arthur C.
Clarke –autor de Cita con Rama, 2001 y El fin de la infancia,
entre otros libros– con Camargo Rain, publicado en el Tuesday
Evening Post).
Muchos creen que estoy muerto,
pero no hagan ustedes caso. Es sólo un bulo que permití crecer para que me
dejaran en paz los habitantes de la Tierra, esos cursis y analfabetos que creen
que lo saben todo. ¿No han oído ustedes hablar de mi segunda ley, esa que allá
abajo se conoce como 2ª ley de Clarke? Pues dice, el 90% de todo es
mierda, y con esto, yo creo, no hace falta añadir más.
El caso es que, paseando el otro
día por la superficie, me topé con un cartel que no había visto antes; es
probable que lo hayan colocado hace poco. Es uno de esos reclamos que aparecen
aquí y allá. Nadie sabe quién los coloca, aunque se rumorea que en ello
interviene alguna de las manos extramarcianas que de vez en cuando se dejan
caer por aquí.
Intrigado por el asunto, y como
son precisamente los fuera de la ley los únicos que me interesan –porque
en todas partes cuecen habas, y aquí a calderadas–, me he empeñado en
encontrarlo.
Me ha costado, pero al fin,
guiado por mis informadores, he dado con él. Estaba, con el sombrero empinado
sobre la frente, en uno de los pocos bares que aún existen, y naturalmente,
bebiendo cerveza.
–¿Qué bebe ahí, amigo? –le dije
tras estrecharle la mano y colocarme a su lado.
–Poca cosa –me contestó–. Es sólo
una clara, que ya estoy viejo, pero en este clima tan cálido sienta bien.
Luego me contempló con sorpresa.
–¡Vaya! ¿No es usted mister
Clarke, el descubridor del radar? Había oído decir que habita en estos
desiertos.
Yo sonreí ante la mención.
–Co-descubridor, nada más... Pero
ahora que lo dice, ¡no se remonta usted lejos!
–Sí, a los tiempos de la Segunda
Guerra Mundial, si no me equivoco.
–No se equivoca, no... ¿Invita
usted a una clara?
–Por supuesto.
Durante un rato bebimos, e
insistió en pagar.
–Aquí no paga más que este menda,
si usted me lo permite, que para una vez que le encuentro... Además, me llegan frecuentes envíos
monetarios de donde usted sabe, y por eso no vamos a discutir. Qué, ¿nos
metemos otra ronda? A ver si tienen de las grandes...
Un mes después lo volví a
encontrar en la inmensidad de Syrtis Major. Le acompañaba una mula metálica ya
vieja, y sobre el casco portaba el inevitable sombrero que le ha hecho famoso.
Cuando le vi se encontraba encorvado examinando el suelo.
–Pero ¿qué hace usted por aquí?
–Pues ya lo ve. Siguiendo las
huellas de mi amiga Hannah, que es muy esquiva.
Yo me reí.
–¿Y va sin rastreadores?
–Me abandonaron hace unos días,
pero no se preocupe, que me apaño bien.
El desierto nos rodeaba y me
sentí obligado a corresponder.
–Pase usted a mi nave. Tengo aquí
unas botellitas...
Aquella tarde, en las hamacas
biónicas, conversamos largo y tendido sobre lo que se traía entre manos.
–¿Recuerda usted aquello de La
aventura de las luces azules?
–¡Pues no me he de acordar...!
–¿Y a Hannah la marciana..., la
recuerda usted?
–También, por supuesto. Era, si
no me equivoco, la amiga de los piratas de las gafas de sol.
–En efecto, antiguo personaje.
Pues el caso es que se me había ocurrido hacer un refrito con ambos relatos, y
me he llegado hasta estos pagos por ver si me inspiro.
Hubo un silencio.
–Y usted, ¿no reescribe sus
libros? Siempre se pueden mejorar, o sacar punta a esto o aquello.
Yo eché la mirada hacia atrás.
–No, para qué... Ya están
publicados, y para lo que me queda... Que las nuevas generaciones los lean como
están, y el que venga detrás, que arree.
(Continuará)
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